“…Y los muertos aquí lo pasamos muy bien
entre flores de colores
y los viernes y tal
si en la fosa no hay plan
nos vestimos y salimos
Para dar una vuelta
sin pasar de la puerta eso si
que los muertos aquí
es donde tienen que estar
y el cielo por mi
se puede esperar … “
entre flores de colores
y los viernes y tal
si en la fosa no hay plan
nos vestimos y salimos
Para dar una vuelta
sin pasar de la puerta eso si
que los muertos aquí
es donde tienen que estar
y el cielo por mi
se puede esperar … “
Ya lo decía Mecano, los
cementerios pueden ser sitios muuuy bonitos y hasta divertidos. Seguro que los
muertos del cementerio de la Habana están de acuerdo con ellos… que espere el
cielo que en Cuba se lo pasan muy bien!
Nunca he sido yo muy dada a
visitarlos más que lo estrictamente necesario y a veces, ni eso. Siempre me han puesto los pelos de punta y
tampoco he entendido a las personas a las que les da por ir a pasear al
cementerio de San Fernando, en mi Sevilla natal; imaginar la cantidad de personas que descansan
bajo tierra o detrás de los nichos no es precisamente mi idea de pasar el día…hasta
ahora. J
No se puede decir de este agua no beberé. Era tanta la curiosidad que me despertó la Habana nada más llegar que no lo pensé dos veces cuando ví una foto del cementerio en la guía. Tenía que visitarlo. La Necrópolis de Colón.
Y ahí que me fuí, con mi pantalón
corto, camiseta de tirantas, un sombrero para el sol y una botellita de agua
que me salvó la vida. Eran las 13.00 hrs de no sé qué día de septiembre y el
sol achicharraba. Ahora entiendo que no hubiera nadie y que los guardas de
seguridad me miraran con cara de …”esta loca que hace aquí a estas horas?!”.
Me hipnotizó desde el minuto uno,
no creo que sea capaz de describir lo que sentí paseando por sus calles.
Obviamente con la guía en la mano y blanca como una pescadilla - a pesar de haber
estado dos meses en Matalascañas- , era como tener un fluorescente que parpadeaba sobre mi cabeza y que decía:
GUIRI. Creo que el guarda de seguridad tardó ½ minuto en acercarse, primero
para pedirme el billete de ingreso (me había colado, ingenua de mí que pensaba
que no se pagaba el ingreso), y segundo para ofrecerme de manera gentil y
amable hacer de guía durante mi paseo, una manera más que habitual en ellos
para ganarse la generosa propina que les dejamos los guiris. Al principio lo rechacé, prefería pasear “a mi
bola“, pero cuando llevaba la mitad de las calles recorridas y viendo que me
seguía como si fuera mi guardaespaldas (de sombra en sombra que para eso era
lugareño) le di la oportunidad para que me contara leyendas que me encantaron y
que aportaron aún más magia a la necrópolis.
Me quedo con tres que llamaron
especialmente mi atención. La tumba con
la ficha de dominó, no recuerdo el nombre de la persona que estaba allí
enterrada. Fue así construida por los hijos del difunto quien murió mientras
jugaba con los amigos, como todas las tardes. Los hijos piensan que así puede
seguir jugando al dominó esté donde esté.
El Panteón de Catalina Lasa, segunda mujer del millonario Juan
Pedro Baró, quien mandó construirlo para enterrar a su esposa muerta en París y
embalsamada para el viaje a Cuba. Era tal el amor hacia su mujer que pidió que
fuera el monumento más alto de todo el cementerio, para lo que tenía que
competir con Las Victimas de la Caridad,
panteón monumental donde fueron enterradas las víctimas de un trágico y devastador
accidente en la Ferretería de Isasi, en 1890. Esa batalla no podía ganarla así que, no contento, Juan Pedro
Baró mandó plantar dos palmeras a ambos lados de la entrada al panteón, altas
como el monumento a las Victimas de la Caridad; enfrentados, puede verse desde
algunos ángulos del cementerio esa pugna por la grandiosidad.
Y por último La Milagrosa, la tumba de Amelia Goyri quien murió durante el parto
con sólo 24 años, en 1901. En aquella época se acostumbraba a enterrar a la
madre junto a su hijo - también muerto- ; el escalofrío te viene cuando te
cuentan que años después, al abrir la tumba, se encontraron madre e hijo
aferrados el uno al otro. Esto cuenta cualquier guía de viaje, pero “mi guía
particular”, imagino que para darle aún más dramatismo, me contó que ella murió
durante el parto, que no sacaron al niño, y que años después al abrir la tumba
se los encontraron a los dos abrazados.
Como leyenda que es, con el
tiempo se ha convertido en lugar de peregrinación de millones de mujeres de
todo el mundo que dejan sus ofrendas a Amelia para que les ayude a concebir o
para pedir por un buen embarazo y parto. Tras su tumba pueden leerse los
mensajes dejados, mensajes que vienen de Canada, China, España, Estados Unidos, México, Alemania, … El ritual consiste en dejar
la ofrenda, rezar dando varias vueltas a la tumba y tocando una campanita, y despedirte de Amelia sin
darle jamás la espalda.
Llueve en el DF, truenos y
relámpagos, una de esas noches de película de miedo muy propicia para hablar de
La Necrópolis de Colón. El mes de
los difuntos no podía terminar de otra manera.